Más de ciento cincuenta mil
personas se han manifestado en Berlín en contra de que se siga negociando para
crear una zona de Libre Comercio
entre la Unión Europea y los Estados Unidos. Coinciden las quejas con la
reciente firma del Tratado de Libre Comercio
entre Estados Unidos, Japón, Australia, Brunei, Canadá, Chile, Malasia, México,
Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam. Este acuerdo se ha criticado duramente
por distintos motivos; laborales, medioambientales, de patentes médicas, etc.
Quiero centrar mi reflexión en un
punto; ¿El comercio internacional, en sí mismo, es malo o bueno? Como tantas otras
veces, los detractores dicen que no es trigo limpio mezclando churras con
merinas. Es como
cuando me enfado con mi hijo porque lleva los pantalones sucios y me contesta
que su hermano es peor porque ha perdido la chaqueta del chándal. Que una cosa
esté mal no hace que la otra mejore o empeore. Sorprendentemente este tipo de
argumentaciones son utilizadas exitosamente por los críticos en demasiadas
ocasiones. En el asunto que nos ocupa; las críticas medioambientales, laborales
y demás son inaceptables para las sociedades modernas. Independientemente de si
los bienes comerciados son mediante un tratado de libre comercio o no. Por
ejemplo, China es un país que vende sus productos por el mundo sin cumplir una
mínima legislación laboral, medioambiental, etc. No cumple ni con la más básica
que es la libertad y los derechos humanos de su pueblo. Vende con aranceles
pero eso no implica que no sea competitiva. Quizás lo sea, porque no destina
recursos para cumplir con los requerimientos de nuestras legislaciones. El
comercio de los países que no cumplen con un mínimo legal no debería ser
aceptado en occidente. Entiendo que los empresarios locales se quejen de que se
admita la entrada de esos productos. Hay movimientos de consumidores por un
comercio justo que señalan este tipo de malas prácticas como el textil en
Bangladesh y tantas otras. Pero sus esfuerzos no son tan exitosos como los
bajos precios de las materias que entran desde esos destinos. Los movimientos
anti globalización, anti capitalistas, etc. son utilizados por los lobbies de
los sectores incompetentes (que no pueden competir internacionalmente) para
mantener barreras comerciales. Organizan manifestaciones y demás para conseguir
el favor de la opinión pública. O cosas peores como quemar camiones con fresas
nada más pasar la frontera. Los paganos son los ciudadanos que no pueden
acceder a productos mejores y más baratos, además de tener que destinar parte
de sus impuestos a sostener industrias incompetentes. Curiosamente los mismos
“anti-todo” se quejan de que se castigue sin poder comerciar con el mundo a
países como Cuba o Corea del Norte. Son contradicciones insoportables. Entonces,
¿en qué quedamos? ¿El comercio es bueno o es malo?
Erase una vez, un avión que tuvo
que aterrizar por problemas técnicos en un aeropuerto medio abandonado de
Kazajistán. Los tres únicos pasajeros fueron llevados a unas celdas individuales, con camastro incluido, a pasar
la noche. Tenían para cenar tres botellas de agua grandes, tres panes y tres
chorizos kazajos. El recluta patoso se lió y entregó la bolsa con todo el agua
al primer pasajero, la de pan al segundo y la de chorizo al tercero. Como
ninguno sabía kazajo, guardaron su bolsa en la celda y se fueron a dormir para
que llegara pronto el nuevo día para salir de aquel tugurio. Ahora bien ¿Qué
hubiera sucedido si se hubieran enterado a tiempo de la metedura de pata del
soldado? Seguramente hubieran expuesto cada uno sus bienes y hubieran repartido
una ración para cada uno. Después de tan opípara cena se hubieran entretenido
viendo la puesta del Sol por los Montes Urales. Así mismo los países que
comercian exportan aquello en lo que son competitivos y reciben del resto
bienes en los que no son tan buenos. Y están mejor haciéndolo así que
quedándose encerrados en sus celdas. Como decía Benjamín Franklin “El comercio
internacional no ha arruinado nunca a ninguna nación”
Carlos Medrano Sola
Economista y consultor